La población siguió siendo mayoritariamente rural. El campesinado vivía en
unas condiciones muy difíciles (solo el 10 por ciento de los koljoses,
las granjas colectivas,
disponían de electricidad) y, tras el desastre de la colectivización, tuvo
que soportar una fuerte presión por parte de los agentes del gobierno para
que dedicaran más esfuerzo al trabajo en los campos colectivos.
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